El reo, el pueblo, y el verdugo by Concepción Arenal

El reo, el pueblo, y el verdugo by Concepción Arenal

autor:Concepción Arenal [Arenal, Concepción]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1866-12-31T16:00:00+00:00


- III -

Inconvenientes para el ejecutor

Meditando sobre la pena de muerte, es imposible no preguntar si no debe haber algún vicio en la teoría de una ley cuya práctica lleva consigo la creación de un ser que inspira horror y desprecio; de una criatura degradada, vil, siniestra, cubierta de una ignominia que no tiene semejante; de un hombre, en fin, que se llama el verdugo. Cuando la ley arroja así a la opinión un hombre, una generación de hombres, para que la opinión la odie y le escarnezca, ¿la ley no comete un atentado de lesa justicia, de lesa dignidad humana? Las leyes, como los hombres, deben pensar lo primero en no hacer mal; el hacer bien viene después, y muy lejos. Asombra cómo el legislador puede escribir sin vacilar: «Habrá un verdugo en cada Audiencia». Es decir, habrá un hombre degradado, vil y maldito, cuya proximidad inspira horror, cuyo trato da vergüenza, y cuyos hijos son viles y degradados, y malditos como él. Imagínese cualquiera lo que pensaría, lo que sentiría, lo que haría si hubiera nacido hijo del verdugo. No tendría más alternativa que aceptar resueltamente la horrible herencia de su padre y tomar su oficio, o huir avergonzado del que le dio el ser, procurando ocultar su ignominia, envidiando a los expósitos, y engañando a la mujer amada para que no le rechace con horror y con vergüenza. Pero el verdugo puede tener muchos hijos y muchas hijas; uno podrá suceder a su padre, ¿y los otros, qué harán? ¿Y si tal vez han nacido todos con entrañas de hombre, si son buenos, si son sensibles, si a la vista del patíbulo tiemblan más que el reo, si éste ve prolongada de un modo horrible su agonía por la falta de serenidad del ejecutor?

Estas no son suposiciones; hay casos en que el hijo del verdugo no logra endurecerse, no puede matar, y después de esfuerzos inauditos, de sufrir mucho y hacer sufrir a los reos, tiene que renunciar a su horrendo oficio. ¿Cuál tomará? ¿Adónde irá que no sea rechazado con horror? ¿Qué será de él y de los suyos? Preguntádselo en la Coruña a los que socorrían al verdugo que había nacido sensible y a su familia desdichada; a los que han contemplado aquellas nobles criaturas, llenas de virtudes, de miseria y de ignominia.

No hace mucho, en Valladolid, sufrieron dos mujeres la pena capital; a poco tiempo murió el verdugo; díjose que la causa de su muerte había sido el dolor de quitar la vida a una de aquellas infelices, de quien era padrino. ¡La misma mano que la sostuvo inocente al recibir el primer Sacramento de la Iglesia, darle la muerte de los criminales! No sabemos si el hecho es cierto, aunque de público se aseguró; pero puede serlo. ¡Qué posibilidad! ¡Qué espantosos dramas descubriríamos si supiéramos la historia de todos los verdugos, de todas sus familias! ¡Qué ley la que tiene por condición hacer monstruos o hacer víctimas!



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